Por Carlos E. Jalife Villalón
En marzo de 1962 nació Ayrton Senna da Silva en Brasil. Para muchos es el piloto más grande de la historia, para otros cuando menos el más grande de su generación. Muchos otros –especialmente los menores de 25 años– piensan que Michael Schumacher es el mejor de la historia, basados meramente en sus estadísticas impresionantes, que quizás nunca sean superadas y que duplican a Ayrton en victorias, claro que también con casi el doble de carreras.
Pero Senna se ha vuelto inmortal –a la vez que ha sido inmortalizado – y su arrastre lo demuestra el documental que se exhibió en todo el mundo en 2011 y que rompió récords de taquilla en su clase en muchos países. Pero el documental –que sale a la venta en DVD en estos días– es apenas un vistazo a la historia de un grande, es como querer entender el mar viendo las olas en Caleta, que pueden decir mucho, pero nunca podrán contar la multiplicidad de tonalidades, profundidades, fuerzas y realidades escondidas bajo la superficie.
Hay una buena cantidad de biografías del paulista, algunas meras colecciones de fotografías, otras recuerdos personales de algunos que lo conocieron durante largas o breves porciones de su vida, otras más exploran las complejidades de su personalidad desde el punto de vista deportivo, pero habría que leer mucho para entender las facetas, que son tantas como las de un diamante cortado y pulido.
También hay personas, las menos, que lo consideran sobrevaluado, aunque es una posición difícil de defender y fácil de ridiculizar cuando se observan las muestras de su manejo en seco y en mojado, en circuitos amplios y estrechos, callejeros y carreteros, permanentes y temporales, pistas y óvalos, monoplazas e incluso turismos, con equipos grandes y con equipos chicos, con coequiperos rápidos y no tanto, con autos excelsos y con autos carentes.
Senna, como todos los grandes, dejó un hueco que no puede ser llenado porque Ayrton siempre será bueno, siempre será joven, siempre será victorioso, siempre será –dicen mis amigas– bello. Ayrton está inscrito en el inconsciente colectivo como el estándar del piloto, quizás podríamos ponerlo en el diccionario como sinónimo, quizás algún día lo hagamos. Nunca conoceremos a un Senna achacoso, o vencido, porque no lo hubo; nunca conoceremos a un Senna canoso o gordo, porque no existió.
En contraste, Schumacher, con todos sus triunfos y su profesionalismo germánico, ya no es el ser victorioso de hace una década, ya no es el joven de cara pulida y fresca, los años ya se asoman en sus ojos y pronto lo harán en su cuerpo. Y Sebastian Vettel, ahora el niño maravilla, en dos décadas será un teutón de media edad que fue campeón muchas veces y ya se habrá retirado a tener hijos y quizás a manejar pilotos o un equipo propio, mientras su cintura crece y sus reflejos decrecen.
Esa es la ley de la vida, pero Senna, paradójicamente, con su muerte la evadió y será siempre joven. Senna ahora llega a 50, pero siempre tendrá 32 y será joven como Pedro, como Ricardo y algunos otros, in secula seculorum.
Pero también hay algo que sus seguidores no podemos evadir: Senna murió hace casi 18 años y, sin embargo, todavía nos duele como si fuera ayer…