JUAN JOSÉ SEGUÍ NOS PRESENTA UNA JOYA ESCONDIDA EN LOS ALPES AUSTRIACOS, RETRATADA POR JORGE RÍOS HELLIG

El aeropuerto de Salzburgo tiene en sus instalaciones el museo de Red Bull, que implica deportes… en muchos casos extremos. Está en Austria porque el accionista mayoritario de RB, Dietrich Mateschitz, es austriaco y ahí encontró el espacio perfecto para guardar aviones, helicópteros, autos y motos que han portado su logotipo.

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El Hangar 7 tiene una arquitectura distinta a cualquier hangar del mundo; fue planificado en 1999, se comenzó a construir en enero del 2001 y abrió sus puertas en agosto del 2003. Su superestructura de vidrio y metal abarca 4,100 m2. Tiene un atrio principal de triple altura, por lo que el espacio frontal es un edificio de tres pisos en cuya parte superior hay un restaurante de lujo, el Ikarus, además de tres bares (Carpe Diem, Mayday y 360).

La forma del hangar contrasta con los hangares tradicionales en forma de caja de zapatos. El Hangar 7 tiene dos torres principales y una forma elíptica para simular el ala de un avión. Toda la estructura exterior es de vidrio y por dentro está soportada por columnas de metal que están armadas para proveer el mayor espacio interior y albergar todo el sistema de cableado y ventilación. El hangar tiene una entrada de 40 metros de longitud y es obra del arquitecto Volkmar Burgstaller.

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Red Bull patrocinó al equipo Sauber Petronas desde el modelo C14 al C20. Posteriormente adquirió la escudería Jaguar (noviembre del 2004) y la convirtió en Red Bull Racing iniciando en el RB1 y actualmente va en el RB10. Además adquirió la Scudería Minardi (en otoño de 2005) para convertirla en su escuela de pilotos, la Scudería Toro Rosso.

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El museo alberga también al equipo de acrobacias aéreas de la marca Red Bull, los Flying Bulls, con más de 20 aviones que llaman “casa” al Hangar 7, además de dos helicópteros Bell BO 105s, único modelo civil con licencia para realizar acrobacias. A ello se le suman oficinas, el Ikarus, los bares, y la arquitectura muy singular que permite que haya un auditorio natural propio para conferencias y presentaciones en el hangar y que hacen a este museo-bodega-restaurante la combinación perfecta entre un espacio de almacenaje y un homenaje a los juguetes de la persona que más ha apoyado deportes extremos en el mundo, Dietrich Mateschitz, y su Red Bull.

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