Este documental explica por qué las carreras de autos son peligrosas. Trata acerca de cinco pilotos de Ferrari en los años 50, de los que ninguno sobrevivió a febrero de 1959, cuatro de ellos –Eugenio Castellotti, Peter Collins, Alfonso de Portago y Luigi Musso– muerieron en autos Ferrari en las pistas y el último, y único campeón –Mike Hawthorn en Ferrari en 1958– pereció en un accidente de tránsito en su Jaguar privado; por ir jugando “carreritas” con Rob Walker, dueño de un equipo privado de F1.
Sus historias son atractivas, inmensamente atractivas, son como caballeros al servicio de un rey, o un Comendador en este caso, que viven por lo que hacen y saben que la muerte acecha, pero se suponen suficientemente diestros como para evadirla. Las acciones de carrera son espectaculares, pese a la tecnología antigua, digamos de mitad del siglo XX. La narración es de calidad alta y hay un maridaje musical bueno.
Los sobrevivientes que aparecen dando su punto de vista son autoridades, son definitivos. Podemos ver a Tony Brooks, coequipero y rival de todos ellos, o la esposa de Collins, Louise King, o la novia de Hawthorn, Jean Howarth; quien años después se casaría con otro de sus rivales, Innes Ireland y enviudaría del escocés.
Habrá muchos a los que les parecerá un poco tonto que un piloto muera por defender un récord de pista –el del aeroautódromo de Módena, que solía ser el circuito local de Ferrari antes de la construcción de Fiorano– pero eran tiempos distintos con pilotos dotados de caballerosidad, honor, personalidad, carácter y muchas otras cualidades que los de ahora no tienen tiempo de cultivar, mientras se acusan entre ellos sobre quién rompió las líneas delimitadoras de pista o ignoró las banderas azules.
Es un documental exquisito –quizás yo quitaría los muertos de Le Mans 1955, pues para muchos será un choque ver la crudeza de esos primeros tiempos del deporte–, pero su hechura es una obra de amor y nos deja una historia de honor. Imperdible.