Cuando ustedes lean esto Sergio tendrá ya 22 años de edad, nueve días antes de iniciar las pruebas de pretemporada 2012 en España. Tras una campaña que fue más allá de las expectativas reales de los expertos, Sergio enfrenta ese peligroso segundo año que tantas víctimas ha cobrado en todos los aspectos; vean como el segundo disco de una banda es siempre el más peligroso, pues corren el riesgo de repetirse y decepcionar, o hacer algo completamente nuevo y alienar a los seguidores; o esa segunda película que llega al director novel en la cual tiene que probar su valía y termina siendo algo que nadie entiende con pretensiones grandiosas y resultados mínimos; o la segunda edición de una revista que sorprendió con 99.9 por ciento de críticas positivas en la primera y debe superarla.
Una disyuntiva similar es la que enfrenta Sergio en su segundo año. Ya nadie le va a perdonar los errores de novato, porque ya no lo es. Ya no hay pistas nuevas que aprender – excepto Austin que debuta en noviembre. Ya su coequipero, Kamui Kobayashi, sabe lo veloz que es el mexicano, quien lo venció en el 2011 en las clasificaciones, algo que ningún novato lograba hacía buen tiempo. Ya dejó de ser sorpresa por su manejo delicado y rápido pese al desgaste de las llantas, y muchos intentarán lo que en Argentina llaman “hacer un Pérez”, o sea, ahorrarse una parada con manejo cuidadoso estilo Sergio. Ya los pilotos de punta cuyos contratos terminan estarán sobre aviso de las cualidades del tapatío y buscarán hacerlo ver mal en la pista. Y, sobre todo, ya no tiene contrato para 2013, por lo que tiene que superar su actuación de 2011 con creces a fin de renovar o incluso cambiar a un equipo de punta con más recursos, velocidad y envergadura.
Pero también pasaron ya los años de vivir solo en Alemania arriba de un restaurante mientras batallaba en la Fórmula BMW; o las temporadas de lluvia casi eterna en Inglaterra mientras obtenía triunfos improbables en la F3 local con un equipo chico y una marca de motor que tenía años sin ganar en la serie; y ni hablar de los años de ser el más joven en la parrilla en cada serie en la que competía. Todo eso es cosa del pasado y Sergio se ha ganado el respeto de los que lo conocen y de los que lo admiran desde lejos, de los fanáticos y de los aficionados casuales al deporte motor. Pero ese respeto conlleva la peligrosa fama que también crece en el segundo año, cuando los impreparados creen haber llegado a la cima del mundo y caen de sorpresa.
En inglés el término para describir este año es el “sophomore blues” e incluye amistades crecientes y recientes, cero contradecir al astro –quien, como el cliente, siempre tiene la razón– y un sinfín de propuestas para invertir la enorme suma de dinero que todos suponen gana un piloto de F1 en negocios fabulosos que sólo enriquecen al que los propone.
Las distracciones en la pista son probablemente las más fáciles de sortear – o cuando menos para las que están mejor entrenado Sergio. Pero las presiones externas son feroces. Imaginen llevar sobre los hombros la dicha de una nación ávida de los triunfos que se le niegan cada cuatro años en deportes de pelota y de repente descubren que siempre hemos tenido pilotos vencedores y quieren que Sergio gane… ayer.
Todo eso conspirará para que el segundo año no sea tan productivo como el primero, pero Sergio tiene muchas armas a su disposición: patrocinadores que lo han acompañado desde el inicio y saben que su valor no es pasajero, pues lo ha mostrado en cada etapa de su carrera; un equipo competente y sólido, quizás no tan creativo o rico como otros, pero que pone sobre la pista un auto decente; y, por encima de todo, talento y espíritu de ganador, exhibido a placer una y otra vez en condiciones de adversidad logrando resultados que ni los optimistas pronosticaban.
Hay mucho en contra en un segundo año en cualquier etapa de la vida, pero en el caso de Sergio Pérez y su carrera en la Fórmula Uno, hay mucho más a favor y el tiempo lo mostrará.