Lo que la temporada 2019 de F1 nos ha mostrado hasta el momento es que pese a tener un auto sumamente veloz, Ferrari es eminentemente capaz de echar por la borda el triunfo en los grandes premios. Mattia Binotto, el hombre nuevo a cargo ha sido muy efectivo en transformar el departamento técnico, pero al equipo más emocional y evocativo de la F1 aun le resta una montaña enorme por escalar.
Veamos rápidamente al jefe nuevo de Ferrari y pasemos algún tiempo con él, y la magnitud del cambio en la cima del famoso equipo de F1 se esclarece. La mueca ha sido remplazada con una sonrisa. El pelo peinado hacia atrás da paso a unos chinos hirsutos. Una autocrítica silente reina donde la condescendencia dominaba.
Buenas noticias
La noticia buena para Ferrari, sus tifosi y la F1 es que el ascenso de Mattia al papel de director del equipo en lugar de Maurizio Arrivabene representa más que la simple rotación más reciente de la puerta revolvente. Hay substancia debajo del cambio positivo en la superficie. El cambio se necesitaba con urgencia.
En las dos campañas pasadas los cerebros de Maranello produjeron autos capaces de vencer a Mercedes, pero los autos plateados siguen siendo los campeones imbatidos de la era del V6 turbohíbrido. El camino de Lewis Hamilton hacia sus cinco títulos mundiales ha sido un éxito deportivo brillante sin duda, pero cinco títulos dobles consecutivos para Mercedes no son algo particularmente atractivo para la F1. Ferrari necesita desesperadamente finalizar su sequía y la F1 lo necesita casi tanto como ellos.
Antes del dominio de Mercedes la F1 sufrió a manos de la todopoderosa combinación Red Bull-Sebastian Vettel. Mientras que la habilidad de hacer chasises de punta se mantiene en Red Bull, ellos se están reconstruyendo con su socio de motores nuevo, Honda, tras dejar a Renault. Como McLaren se ha caído a ser un equipo de media tabla cuando mucho y no ha ganado desde la carrera final de 2012, eso deja a Ferrari como el único retador creíble de Mercedes.
Un cambio bien recibido
Quizás sea una asunción errada, pero uno no puede dejar de pensar que los jefes de la F1, Chase Carey, Ross Brawn y Sean Bratches, estaban bastante complacidos con la noticia que se dio en enero sobre la decisión de Ferrari de cambiar director –causada por el espectáculo feo y nada edificante del equipo autodestruyéndose en la segunda mitad de la campaña 2018– ya que podía ser el catalizador para ese ataque final por el título que Ferrari no pudo completar bajo el mando de Arrivabene. ¿Era necesario el cambio? Sin duda. Sacado de las filas del patrocinador titular de Ferrari, Philip Morris International, Arrivabene no era amado por todos en el paddock de F1.
Se podría argumentar que disfrutó un período relativamente exitoso al mando. Después de todo, Ferrari retomó el camino de ganador regular bajo su dirección, pero ganar un campeonato exige un orden de complejidad distinto y más demandante, especialmente contra oponentes tan bien capacitados como Mercedes.
Fue ahí, al incrementarse la presión, que las fallas directivas de Ferrari se exhibieron para que todo el mundo las apreciara. Con demasiada frecuencia la estrategia del equipo era poco más que: carguen el arma, apunten a su propio pie, disparen.
Los errores
En 2018 se pueden dar varios ejemplos. Sin el debate interminable acerca de implementar órdenes de equipo en Alemania, Sebastian Vettel no habría visto su ventaja erosionarse innecesariamente y podría no haberse salido de la pista en las condiciones mixtas reinantes.
Si luego en Italia Ferrari hubiera sido más firme con Kimi Raikkonen, sus dos pilotos nunca hubieran peleado tan duro en las dos primeras chicanas –Vettel no habría sufrido su trompo siquiera y Lewis Hamilton podría no haberse robado el triunfo– en un fin de semana en el que Ferrari había copado la primera fila.
En Japón la decisión francamente idiota de Ferrari de mandar a sus pilotos con llantas intermedias en la pista seca, tratando de anticiparse al clima y tomando un riesgo innecesario, olió a desesperación y dejó a Vettel en desventaja.
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