Lo primero y más importante que debes saber sobre el Mercedes- AMG GT es que el mundo parece lo suficientemente grande para alojarlo. Su antecesor, el SLS, no podía ser estacionado sin poner en riesgo su carrocería.
Manejamos la versión de prueba de largo plazo y cuando estaba sucio parecía ser una cosa gigante oxidada, anclada en la esquina de algún muelle olvidado. Aunque desde esa misma distancia, es aparente que nadie dejaría el GT en ninguna esquina. Ese trasero podría haber sido comprado al mayoreo del Porsche 911, pero el salvajemente bello, bajo, de ronquido claro y directo es todo Mercedes y, en palabras sabias, “no podrías hacerlo parecer feo”. No han puesto la estrella de tres picos en algo tan abiertamente testosterónico en los últimos 10 años.
Sin embargo, las proporciones mantienen su fuerza a raya y, como los mejores autos de músculo europeo que se hacen pasar por biplazas, el GT viene preenvuelto en una aura de mucho dinero y su deseabilidad es tan alta como el ozono. Ese efecto se solidifica al interior, donde los diseñadores han conjugado un estándar elevado espectacular alrededor del conductor. La consola central es otra cosa –una muralla virtual, más larga que un hueco en la pared y elegante como una barra de bebida. Está engalanada con botones y discos, uno para cada función dinámica típica y prácticamente cada una es tan superficial como los pezones de Batman, porque el atajo de Mercedes, C, S, S+ y Race, también está presente. Pero eso no importa.
Mientras un adulto podría reconocer la ergonomía trillada, incluyendo la colocación debajo del hombro del selector de cambios, el niño que llevas dentro quedaría helado si no te regocijas ante su estilo asertivo y su toque de fantasía. En ningún lugar es más evidente el fanfarroneo sin remordimientos como en el gruñido gutural emitido desde atrás.
Dada la naturaleza del V8 turbo, resulta difícil creer que el borboteo como de un buque de desembarco de Normandía sea natural, aunque también es difícil que te importe cuando el tono se hace supersónico a un medio kilómetro de distancia.
Si tan sólo el sonido en el interior fuera tan dramático… eso te recuerda que Mercedes vende potencia casi militar, pero sin las consecuencias desastrosas. Para el manejo, el GT chupa todo lo bueno del SLS y echa por la borda lo poco que lo hacía sentirse como si un gran piano cruzara a empujones una pista de baile llena de gente. Una dirección muy rápida y un tren delantero nervioso y casi fuera de control hacen que el GT sea extremadamente sensible, pero con un gran sentido de estabilidad direccional, que te anima a aprovechar su agarre feroz y telegrafiado con más confianza.
La calidad de la marcha tensa se alimenta con ello, aunque el precio a pagar es suficientemente obvio cuando lo manejas en caminos muy brincones. En consecuencia, es obvio que el GT se sentirá como en casa en los caminos rápidos, con buena visión y lisos que abundan en Bavaria.
La certeza lateral, la dirección delicada y la linealidad de su V8 con 479 lb/pie en el rango medio vuelven el auto en un prospecto maravillosamente rápido y no en algo ajeno. Pónlo en modo de carrera y el diferencial electrónico de súbito adopta una actitud un poco más liberal de tracción; es un prospecto impactante si estás listo para gastar la suficiente energía necesaria para explotarlo y hacer los cambios tú mismo con su caja de siete velocidades DCT muy mejorada.
Si eso significa que el GT tiene el talento para eclipsar a los líderes de su clase, es una pregunta que se responderá directamente en una prueba de grupo. Pero para ser honesto, Mercedes difícilmente se estremecerá ante la perspectiva de ser vencido por un 911 en la pista. Al contrario, Porsche debería preocuparse. Algo que convierte al GT en un artículo indispensable (lista de espera de 18 meses) son las cualidades para las cuales Porsche no tiene una respuesta obvia.