El baño de champaña en el podio es algo característico del deporte motor, pero no siempre fue así. MARÍA NAVARRO y EDUARDO OLMOS narran cómo nació esta tradición y presentan las bebidas que han formado parte de la historia.
La primera celebración con champaña en la F1 fue en 1950 en el Gran Premio de Francia, corrido en la ciudad de Reims. El ganador, Juan Manuel Fangio, recibió una botella Moët & Chandon representativa de la región, un gesto que se acuñó en varios de los países donde corría la F1 y en otras categorías como resistencia y motos. Los organizadores de todos los eventos franceses también solían dar al ganador de la Posición de Privilegio 100 botellas de champaña, y por ese motivo Jim Clark tenía más de 500 en su casa.
La tradición de rociar el líquido nació por casualidad en las 24 Horas de Le Mans de 1966, Jo Siffert festejó su victoria de clase en su Porsche 906 con una botella que había estado expuesta al sol y la presión botó el corcho y bañó a todos los espectadores. Era decisión de los pilotos beber el licor en ese momento o después, como lo hizo Pedro Rodríguez en el podio del GP de Sudáfrica en 1967 cuando la bebió en la copa con la que se premiaba al vencedor.
También en La Sarthe, pero en 1967, Dan Gurney subió al podio para festejar su triunfo con Ford y, como era conocido por ser bromista, agitó la botella que le entregaron y recreó la escena del año anterior ante el regocijo popular. Siffert, quien también estaba en el podio, fue de los primeros bañados por la bebida burbujeante. Así nació la tradición que llega hasta nuestros días, aunque es importante notar que el tamaño de champaña que se les entregaba a los pilotos era Magnum, es decir, de 1.5 litros (el líquido de dos botellas normales), mientras que ahora se les ofrece una Jeroboam, de 3 litros (equivalente a cuatro botellas).
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