«Definitivamente, este es el campeonato más dulce que he logrado” SCOTT DIXON.
La serie estadounidense de monoplazas tuvo, una vez más, un calendario compacto de cinco meses en el cual se corrieron 16 fechas, todas en Estados Unidos excepto la décima en Toronto, Canadá. Pese a la paridad que existe, con nueve triunfadores distintos, siete de ellos en las primeras ocho fechas, la batalla por el título se dio entre los sospechosos usuales, el equipo Penske con Juan Pablo Montoya, Helio Castroneves, Simon Pagenaud y Will Power, contra el Ganassi Racing de Tony Kanaan, Scott Dixon, Charlie Kimball y Sage Karam, este último con algunos huecos en su calendario por falta de patrocinios para ese cuarto auto. Ambas escuadras tenían motores Chevrolet, que ganaron 10 fechas y el título, en competencia con Honda, que propulsaba a las escuadras Andretti Autosport y Rahal LL, únicas que pelearon en serio por los nipones.
Juan Pablo Montoya lideró la serie desde su triunfo en la carrera inicial en St. Petersburg, al cual añadió la victoria, quince años después de su primera, en las 500 Millas de Indianápolis que contaba puntos dobles dada la complejidad y distancia de la competencia. Pero los organizadores decidieron darle puntos dobles también a la final en Sears Point, Sonoma, a fin de motivar el espectáculo –sin darse cuenta que es completamente antideportivo, pero a los gringos les interesa lo primero no la competencia leal– y eso vino a ser la perdición del colombiano.
«Dixon tuvo una temporada de porquería todo el año, una carrera buena y nosotros pagamos el precio” JUAN PABLO MONTOYA.
Ya al final del año Graham Rahal, corriendo para el equipo de su papá, y el tricampeón Scott Dixon, se le habían acercado en puntos, pero llegaron a la final esperando que el colombiano tuviera algún desperfecto y este vino cortesía de su coequipero y campeón Will Power, quien chocó con Montoya y lo retrasó lo suficiente mientras Dixon tomaba la punta tras una gran detención final en fosos y ganaba, con lo que empataba en puntos con el sudamericano, pero le ganaba el desempate al tener triunfos en Long Beach, Texas y ese final, contra los dos de Juan Pablo.
El año tuvo muchos accidentes, especialmente con las nuevas carrocerías aerodinámicas que volaban, literalmente, en Indy, y que obligaron a la modificación de las reglas tras el accidente de James Hinchcliffe. Pero la tragedia llegó en las 500 Millas de Pocono, cuando Sage Karam, tratando de conservar la punta a una velocidad superior a su habilidad –ya duramente criticado antes por Rahal, Carpenter y otros por su estilo agresivo– perdió el auto, chocó y un pedazo del mismo fue a dar en la cabeza de Justin Wilson, quien pereció al día siguiente sin recuperar la conciencia. Obviamente, Karam ya no corrió la final en Sonoma, aunque nadie dice públicamente lo que todos sabemos de su culpabilidad en el accidente de Wilson, un ex F1 que había logrado llegar finalmente a un equipo grande tras ganar incluso con el Dale Coyne Racing, colero perenne de la serie (ver Desde Los Fosos, página 18) . Una pérdida lamentable, igual que un final antideportivo, gracias a la preferencia estadounidense por dar espectáculo como si el deporte no fuera suficiente. Ya perdimos a Wheldon en 2012 por ese énfasis en el espectáculo, pero en IndyCar no entienden.
«Ojalá firmar con Andretti sea el inicio de muchas cosas buenas” JUSTIN WILSON.