Dos tipos audaces

Recientemente tuve oportunidad de probarlos en el sur de Estados Unidos, aprovechando un compromiso de trabajo y fue una regresión total a la adolescencia. Tenía algunos años que no me divertía tanto en un auto, y digo uno porque son virtualmente indistinguibles a velocidades legales, aunque sí hay diferencias cuando vas mucho más allá de lo permitido por la ley.

Mercedes ha cambiado su enfoque drásticamente en las últimas décadas, y de ser el auto de un padre de familia en el segundo tiempo de su vida, exitoso, con chofer, cómodo, amplio y con un motor que te sacaba de dificultades en casos extremos, ahora –en parte por su incursión en la Fórmula Uno y en los campeonatos GT en el mundo– es un auto real que abre su mercado a un joven recién formado en las aulas universitarias. No en balde la edad promedio de sus dueños, que solía ser de más de 50, ahora es de menos de 40. Y estos gemelos de cuidado son responsables en parte de esos números.

Aunque el GT R apenas se lanzó a mediados de 2016 –de hecho en Europa y la mayor parte del mundo no empezó a estar disponible hasta la primavera de 2017–, el GT C es todavía más nuevo, del último trimestre de 2017. Inspirados en el GT, estos autos están todavía más enfocados a la pista. ¿Y el roadster?, se preguntarán aquellos que saben de la desventaja de los convertibles en cuanto a aerodinámica. Basta tocar un botón para que en menos de 20 segundos se ponga la capota y está listo para jugar. Lo único que le falta, que es la gran diferencia visible, es el alerón trasero enorme que adorna al GT R. Ese alerón hará la diferencia cuando andas a más de 150 kph –reitero no es legal, pero nadie se fija en el velocímetro cuando se está divirtiendo– y lo vuelve un auto mejor incluso que el Porsche 911, así de bueno.

Pero regresemos a la prueba. De inicio yo elegí el GT C para evaluar las condiciones de los caminos, establecer un nivel de desempeño y además me hacía falta asolearme un poco. Lo elegí en rojo para medir reacciones ya que mi circuito de prueba de unos 60 kilómetros de longitud incluía un par de zonas urbanas de tránsito lento. Me aconsejaron usar el modo Sport+ que se supone que es para pista, pero da un manejo mucho más intenso en emociones que el Sport (de carretera) o el modo Comfort (de paseo). Así salimos calzando unas Michelin Pilot Sport que garantizan que si se patina no es por culpa de las llantas, sino tuya. Y el auto levanta cabezas (no digo “voltea” porque ahora todos van con la cabeza baja checando su fon) desde que aprietas el acelerador un poco, pues tiene un sonido gutural espectacular. Se oye mejor que el W08 de Lewis, por cierto. Y aunque vayas paseando, los conductores se ponen nerviosos, voltean a verte y esperan un zarpazo en cuanto la luz se pone en verde. Aunque también el patrullero, que está semioculto en el borde de una gasolinería y mejor nos dedicamos a compartir algo de rock clásico entre las calles. Conforme éstas van desapareciendo, finalmente llegamos a una “súper” (interstate) que nos saca de Atlanta rumbo al norte, donde ya podemos andar a 120 kph legalmente. En cuanto dejamos la civilización atrás y entramos a caminos estatales, las ataduras se acaban y sólo la conciencia nos detiene… a ratos.

El auto curvea impresionantemente bien, luego veré que tiene suspensión con doble brazo A (wishbone) usa una barra antirrolido atrás, hueca, y hay un control de paseo que ajusta la amortiguación a tu velocidad, y las fuerzas que atacan el auto para ayudarte a mantenerlo pegado al piso. Puedes ajustar el control de tracción y los niveles del diferencial limitado electrónico, pero yo le quito todo lo que se puede, le pongo todo lo demás al máximo de rigidez y el mundo es mi pista con ayuda de AMG.

De hecho no me había tocado un convertible que curveara tan bien, en cuanto le piso en serio, cuando la civilización la representan unos cuantos motociclistas que van en sus hogs alrededor de 150 y se divierten mucho, la respuesta es fenomenal. Incluso si llego un poco pasado, los frenos nunca me traicionan, ni después de usarlos repetidamente en la parte sinuosa donde los bikers creen que no los voy a pasar y pronto se dan cuenta que no son pieza para este convertible. Yo estoy tan entretenido que de repente veo el mapa y ya me pasé como 30 kilómetros de donde tenía que regresar, así que en castigo tengo que ir más duro para recuperar el kilometraje extra. Me regreso por una ruta que voy inventando al instante, según vea letrero de caminos y finalmente me encuentro otra carretera grande y paso autos por el puro placer de verlos estáticos en el retrovisor, pero cuando el número se incrementa me regreso a la legalidad y le doy a los 120 marcados. Me excedí casi dos horas pero conocí Dawsonville (de ahí es Bill Elliot, uno de los grandes de NASCAR), así que no hay quejas.

Cuando llego al área de servicio, lo paro y examino por abajo algunos detalles. Luego voy por otro auto, un E 63 para darle un rato y comparar lo que es el modo civilizado, pero también es una bestia, aunque con piel (napa) de cordero y anda casi tan duro como su hermano descapotado. Hay práctica nocturna en la pista, así que me brinco la cena y mejor disfruto un rato viendo a los primos del GT C en la pista.

Al día siguiente hay más pruebas y ahora escojo el GT R pero el color Verde Infierno (por el Nürburgring) que es más llamativo todavía que el GT C rojo. El sonido en la cabina es mejor, por el techo, obvio, y realmente es para poner verdes (de envidia) a los F1. En cuanto le estoy dando unos acelerones se me acerca un señor a preguntarme cosas y lo reconozco, es Dick Barbour, quien tenía un equipo de Porsche y fue campeón varias veces en las ALMS. Lo mando a preguntarle a un encargado y salgo a pasear por las rutas georgianas del día de ayer, pero ahora ya sé dónde se ocultan los polis, ya sé que los patrulleros estatales toman café cerca del lago y que hay una preparatoria con un estacionamiento enorme a la mitad de la nada. Ahí tomaré algunas fotos si hay luz buena, pues el GT R trae unos rines de 10 aspas especiales que dejan destacar los frenos contrastantes en amarillo.

En los caminos rurales, el alerón y un difusor más complicado que el del roadster cumplen con creces, el GT R parece plantado en las curvas, y los aditamentos que bajan el auto y abren las rendijas de aire o las cierran según se necesite enfriarlo o perfilarlo aerodinámicamente, hacen que la aguja se enfile a velocidades de competencia. En las rectas levanta fácilmente, paso de 250kph por un 10% y ahí le paro porque la ruta se pone más complicada en el bosque profundo, y porque ya van dos casas en las que veo señores que están con sus perros disfrutando y se alarman al ver un destello verde pasar enfrente y levantan el teléfono, espero que no sea para reportarme a los rurales. Decido meterme al estacionamiento de la escuela un rato a ver si hay actividad, en la carretera estatal, pero sólo logro que varios chavos que no salieron temprano o se volaron las clases se acerquen y me pregunten del auto.

Platicamos un rato y luego me despido para irme a buscar más locaciones y encuentro muchos motociclistas. Otra vez jugamos al gato y el ratón, muy satisfactorio para mí ser el gato y los ratones no me duran, aunque son muchos; y a veces me obligan a hacer slalom para irlos rebasando. Un par de ellos intenta pegárseme y en eso estamos cuando veo una patrulla a lo lejos, me freno en serio, me pasan y cuando yo llegó a donde está la patrulla ya los tiene parados y los está regañando. Yo paso como ciudadano modelo y en un par de kilómetros a darle de nuevo y donde pongo el ojo pongo la trompa (del auto) gracias a una dirección muy bien calibrada y responsiva tipo competencia. Finalmente decido que estoy más perdido que el día anterior y me regreso checando el sol, pues sé que Atlanta está al sureste. Traigo GPS, pero lo apagué porque me recordó el límite de velocidad como 10 veces, así que lo ignoro y doy con el lago, pero en la otra orilla de donde tomé fotos. A la larga encuentro señalización que me dice que voy bien. Pronto estoy en terreno familiar, así que le bajo al ritmo, le subo al radio satelital y a pasear un rato rebasando trocas por juego.

Ya sin presión, evalúo los símbolos de calidad como esos pespuntes del cuero en color amarillo contrastante igual que los cinturones de seguridad, la climatización por área, los detalles en fibra, con buen gusto y mejor acabado, y todo me dice que es un auto de pista pero que puede ser domesticado fácilmente para que lo use tu esposa con sólo cambiarle algunos de los ajustes y ponerle las ayudas de manejo y demás comodidades. Lo único que no le va a gustar es el asiento, bajo impropio para usar falda, seguramente Coulthard tampoco lo usa cuando anda de traje regional. Ya estoy cerca de la meta y se enciende la luz que me indica que estoy en la reserva de combustible. Pienso que no puede ser, ni que lo hubiera usado tanto, pero veo el reloj, el cuentakilómetros y sí lo usé más que el GT C y además no traía tanque lleno. Me meto a un centro comercial, descubro que está más barata que la Pemex nacional (dividan ente 3.785 los galones) y me pongo a mano con las siete hermanas. Aprovecho para comprar un refresco, pues el calor está en pleno y recibo seis peticiones de darle una vuelta a desconocidos en el auto. Cinco son adolescentes y declino, pero sí les muestro cuánto ruge el motor camino a la salida y los chavos se emocionan, sus mamás no tanto.

Regreso rumbo a la pista a ver cómo va la actividad y recuerdo que en Estoril probé el Mercedes GT3 y estos gemelos me parecen mejores, más manejables y con mejor respuesta dinámicas, pues el otro se iba mucho de cola. Autos de calle que son más divertidos y con mejor manejo que uno de carreras. Nunca lo hubiera pensado, pero Mercedes ha hecho un milagro, digo, dos milagros.

CARLOS E. JALIFE VILLALÓN