POR FERNANDO TORNELLO • @F1Tornello
Todos deseamos que F1 sea la categoría dorada, pero este año el dominio abrumador de los Mercedes plateados fue incontrastable y, en particular, me dejó con ganas de ver algo mejor en cuanto a disputa de carreras.
Los temores previos al inicio del campeonato no eran infundados. Pronto, en las primeras vueltas de la apertura en Australia, se vio que el nuevo reglamento, con un cambio radical respecto del anterior, traería muchos dolores de cabeza para la mayoría de los equipos. Imposible olvidar que, en apenas cuatro giros, la carrera perdió a dos campeones mundiales, Vettel y Hamilton, llamados a sus fosos por problemas técnicos. Mal comienzo, premonitorio de un año discreto.
Hasta Mónaco los espectáculos fueron pobres, sólo Hamilton y Rosberg se repartían las victorias, muy lejos del resto. El verdadero potencial de Mercedes se vio en Bahrein, cuando luego de un auto de seguridad que juntó a todos, sus pilotos aceleraron para pelearse el triunfo. Allí, en las 11 vueltas finales le sacaron 24 segundos al tercero. Ni en los mejores momentos de Vettel-Red Bull se vio algo así.
A partir de Canadá tuvimos una serie de carreras más entretenidas, aunque las victorias del tercero en discordia, Daniel Ricciardo, llegaron por problemas inesperados en los Mercedes. Pero el año volvió a languidecer a partir de Japón y hasta el final.
Mercedes se quedó con todo, con absoluta justicia. Campeón de equipos, 1-2 en pilotos, enorme dominio, casi a voluntad y un motor muy evolucionado con respecto a sus rivales. El equipo sufrió sólo con los duelos entre Rosberg y Hamilton, que dejaron en posición incómoda a Toto Wolff, su director. Ambos tuvieron una gran temporada, con merecimientos para coronarse, aunque el duelo en la pista fue a cuentagotas.
Del resto, hablamos en enero…