El 17 de octubre de 1981 no fue un día mas para la F1. En la enorme playa de estacionamiento del Caesar’s Palace, en Las Vegas, Nevada, se definía el título de campeón mundial. Carlos Reutemann llegaba delante de Nelson Piquet y había marcado la posición de privilegio.

Misteriosamente, su auto Williams no funcionó en carrera, que fue ganada por su compañero, el campeón mundial de 1980, Alan Jones, mientras el brasileño Piquet, en su Brabham, se alzaba con el título al quedar quinto.

Muchos especularon con que Williams le había hecho pagar a Reutemann su desobediencia de comienzos de año, en Brasil, cuando no desaceleró para dejar ganar a Jones. Reutemann jamás dio crédito a esa idea, por lo menos en público. Nunca habló mal del equipo, aunque perdió el campeonato.

Un par de años antes, en Dijon, René Arnoux y Gilles Villeneuve armaron el duelo más apasionante que se recuerda en las pistas (ver FASTmag #30 de julio 2014). Corrieron una decena de giros rueda a rueda, se tocaron varias veces, se sobrepasaron mutuamente en todas las vueltas, no se dieron un centímetro de ventaja. Peleaban por el segundo lugar, que finalmente quedó para Gilles. Cuando estacionaron sus autos en los fosos se bajaron y se estrecharon en un abrazo.

__Page_093_Image_0001

Antes, en los inicios de los años 70, pilotos como Ronnie Peterson, James Hunt, Jackie Stewart y muchos otros, lucharon con todo lo que tenían para ganar carreras o, simplemente, posiciones. Los hermanos Pedro y Ricardo Rodríguez fueron valientes en la victoria y en la derrota. Ninguno se quejó en público. Antes que ellos, tampoco Juan Manuel Fangio, Stirling Moss, Alberto Ascari, Jim Clark, Graham Hill y sus contemporáneos pensaron en ventilar sus quejas delante de gente ajena al propio equipo.

Pero los tiempos cambian, en la F1 y en la sociedad en general. Ahora nuestra vida pasa por las redes sociales, por las cámaras indiscretas, por las fotos robadas y publicadas y, en F1, por los famosos ‘team radio’.

Hace algunas semanas, Silverstone cumplió con su misión dentro del campeonato. Nos entregó una gran carrera, alimentada por un duelo rueda a rueda inolvidable entre dos enormes campeones, Sebastian Vettel y Fernando Alonso. Todo hubiera sido perfecto si por los radios de los equipos no se hubieran escuchado las quejas y lamentos de los dos pilotos.
“El me encerró”, “se salió de la pista para ganar aceleración”, “cuándo lo van a penalizar”, fueron los términos que se cruzaron y llegaron a todo el mundo. A los más viejos nos dio un poco de vergüenza ajena, lo confieso.

Pero Vettel y Alonso no son los únicos en lamentarse por radio. Hamilton lo hizo varias veces, quejándose amargamente contra su equipo por paradas mal elaboradas o a destiempo. Raikkonen criticó duramente a Lotus en 2013 y a Ferrari en 2014, y todos nos enteramos de sus enojos.

¿Qué pasa, valientes del siglo XXI? No me imagino a Hunt, Peterson, Villeneuve quejándose en público. ¿Cuesta tanto mantener el decoro o ya no interesa nada, en tanto impacte en las vías de llegada al público? ¿Forma parte del negocio o de la vida?

La respuesta debe darla un sociólogo, pero la hombría de los viejos tiempos permanece en el recuerdo de aquellos legendarios que hicieron crecer la F1 hasta lo que encontraron estos “llorones” de hoy. Con todo respeto.

__Page_092_Image_0001

¿Los límites de la pista son para todos, eh?”


“¡Él usa el DRS gracias a (exceder) los límites de la pista en la última curva! ¡Él usa el DRS saliendo de la curva 5 y saliendo de la curva 9! ¡De cualquiera manera! ¡Qué más necesito hacer yo?” “¡Tiene que devolverla!”


“Sí, y él consiguió el sitio! ¡Inmediatamente, inmediatamente! Si no, que le den 5 segundos al final de la carrera…”
 Fernando Alonso

“¡No puede hacer eso, hubiera chocado con él! “


“¡No me dejó espacio! Fácilmente pude haberle causado una pinchadura”


“¿Los límites de la pista? Alonso se sale… y otra vez….y otra vez. Y otra vez…  Alonso se fue ancho otra vez”
¡Hizo lo mismo otra vez! ¡No puede hacer eso! ¡Si no me muevo fuera del camino, me saca de la pista! Sebastian Vettel