Por: Fernando Tornello.

No tengo dudas de que el GP de México fue un suceso, tanto para el público local como para la F1. El Autódromo Hermanos Rodríguez tiene historia. En ese espacio han corrido y han ganado Jim Clark, Graham Hill, Dan Gurney, John Surtees, Ayrton Senna, Alain Prost y Nigel Mansell, entre otros. Y, claro, también se sumaron Pedro Rodríguez y Moisés Solana, cuya posta debe ser tomada ahora por Checo Pérez y en un futuro cercano por Esteban Gutiérrez.

Es la tercera etapa de la gran carrera. De 1962 a 1970 México asistió a la era romántica y lírica de la F1. Entre 1986 y 1992 llegó la tecnología y los grandes nombres, que libraron en tierra azteca parte de su batalla de todos los tiempos, me refiero a Senna y Prost. Ahora, la F1 volvió a un circuito renovado, moderno, con un Gran Premio empujado por mucha gente que hizo las cosas bien, que mostró seriedad, que no reparó en volcar todo su esfuerzo y su inteligencia para negociar y convencer a Ecclestone de que sí podían organizarlo. Lo digo con una sana envidia, tras observar cómo Carlos Slim Domit, que llevó a su Escudería Telmex a los primeros planos internacionales, la gente de Ocesa y muchos más forjaron este nuevo camino.

La historia de México dentro de la F1 avala y sostiene lo que se vio en pista. Soy uno de los que se cansó de ver cómo los circuitos nuevos explotaban y desaparecían de la F1 al poco tiempo. Ejemplos: Istanbul Park en Turquía costó más de 60 millones de euros, duró siete temporadas, organizó carreras sin público y se fundió. Hoy acaba de acordar con una empresa de venta de autos usados un alquiler para usar el predio por 10 años. Adiós F1. A Corea del Sur le fue peor. Construyó a un costo enorme una pista lejos de la capital Seúl, en Yeongam, fue un fracaso total, luego de cuatro carreras desapareció. Entre nueve instituciones habían reunido 159 millones de dólares para construirla. Ni hablar del Buddh International, en las afueras de Nueva Dehli, India. Hubo que invertir cerca de 350 millones de dólares entre el terreno, la pista y el pago por sólo tres GPs y pasó a la oscuridad. Sin olvidar el trazado de Valencia, que sirvió para promocionar el espacio de las artes y la ciencia, que sólo vio cinco carreras, hasta que la hierba comenzó a crecer en su pavimento abandonado. Para esto, además de los 90 millones de euros gastados en la construcción, el Municipio le pagaba a Ecclestone otros 35 por carrera, para nada.

Me preguntó qué pasará con Sochi, Rusia, dentro de unos años y, encima, llega el de Baku, Azerbaiyán, en 2016. Tienen el destino marcado porque les falta lo que México y muchos otros, como Inglaterra, Italia, Bélgica, Mónaco, Japón, Brasil y Canadá tienen, tradición y pasión por la F1. La entienden, no cuentan con los circuitos más caros pero sí con los mejores, donde brillan los pilotos y los autos, donde el espectáculo no decae, porque cuando baja la intensidad en la pista aparecen los fantasmas de los grandes campeones y sus hazañas para sostenerlos.

Y permítanme agregar a mi país, Argentina, en este último grupo. No tenemos carrera pero sobran las glorias, los Fangio, Gálvez, Reutemann, Froilán González y una veintena de Grandes Premios que el autódromo de Buenos Aires legó al mundo de la F1. El público lleva en la sangre a la categoría y, como pasó en México este noviembre, el día que haya un Gran Premio nuevamente, las tribunas argentinas explotarán desde la primera práctica.

Ahora sí, a disfrutar el mejor espectáculo del mundo. ¡México es Latinoamérica!