Por Claudia Ocampo · @clauohfield
La primera vez que pisé una pista de carreras fue hace poco en el Autódromo Hermanos Rodríguez para presenciar la final de NASCAR México. Llegué con la mente en blanco, pues conocía muy poco sobre la carrera, los pilotos y la dinámica. Mis conocimientos en general sobre el automovilismo se limitaban a F1, y lo poco que sabía sobre coches era lo que veía las veces en que me sentaba con mi papá a verlo desarmar y limpiar el carburador de su Caribe1986. Por eso, pisar un autódromo y escuchar el bullicio de la gente, aun antes de que comenzara la carrera, me enchinó la piel porque supe que entraba en algo desconocido pero muy emocionante.
Tomamos nuestros lugares en las gradas, y recordé que había olvidado llevar bloqueador solar. Aparecieron los pilotos en sus flamantes autos y, al estar sentada frente a los fosos, con cada auto que llegaba me invadía una extraña emoción.
Yo sabía que esos pilotos darían todo en la pista, que correrían rapidísimo, y que se disputarían el primer lugar; lo que no sabía era cómo lo harían, y fue ahí cuando comenzó la magia.
Las primeras vueltas ocurrieron sin contratiempos, pero el simple sonido de los motores acercándose más y más hasta dejarte sordo por unos instantes inyectaba la adrenalina suficiente para levantarse del asiento y gritar a todo pulmón una porra que el piloto no escuchaba pero que seguramente sentía. Entonces dos automóviles chocaron y ondearon la bandera amarilla que alerta del accidente y neutraliza la carrera por unos momentos, y que también enmudece a todos en las gradas deseando que el piloto se encuentre a salvo.
La carrera, inesperadamente, la ganó un piloto en el último segundo, pues se arriesgó a rebasar por adentro en la última curva a quien iba a la cabeza. Y por supuesto, no faltaron los gritos de emoción en las gradas, hombres, mujeres y niños por igual.
Como mujer, ¿me fue emocionante presenciar la carrera en vivo? Mucho. ¿Fue necesario ser experta en automovilismo para disfrutarla? Para nada. ¿Volvería a ir a una carrera en vivo? ¡Por supuesto! Con tanta emoción y adrenalina se vuelve adictivo y desde entonces he asistido a todas las carreras que me es posible, porque algo que me quedó muy claro después de esta experiencia, es que la emoción por la velocidad no es una cuestión de género, sino de abrir la mente para vivir algo desconocido, pero excitante.
Aunque si me preguntan, mi mejor consejo es el de no salir de casa sin bloqueador solar…