Ahora, 20 años después el legado de Ayrton, -pronunciado en tres sílabas no en dos- es mucho más claro, pero la leyenda a veces obscurece ciertos detalles y exalta otros, por ello, nuestro editor en jefe recuerda al hombre que cambió el deporte motor y su entorno social en más aspectos de los que pensamos.
Uno de mis hijos cumple años de casado el 1 de mayo, y siempre lo recuerdo, pero es que en mi memoria y la de millones de personas en todo el mundo, el 1 de mayo está cincelado desde 1994. Todos sabemos por qué, es una de esas fechas que definen una generación, una era, una vida. Invariablemente, cuando mis amigos, conocidos o gente que encuentro por primera vez sabe que me gustan las carreras, el tema deriva siempre hacia Ayrton Senna y no hablo de grandes ciudades, o primer mundo, sino de estar explorando en las inmediaciones de una zona arqueológica, en un lugar donde no hay celulares, ni autos, quizás ni TV, y el primer lugareño que encuentro en horas detecta mi playera con la doble S y me dice: “Yo soy fanático de Senna”.
Vida después de la muerte
Tenía una legión de seguidores, pero después de 1994, esa legión se multiplicó y está más vivo que nunca. Pero a la vez, Ayrton es el último ídolo caído. Evoca el sacrificio que permitió que nadie más muriera después de él. Es el último gran piloto temerario, de esos que ahora no existen, de esos que arriesgaban la vida en cada carrera y pagaban el precio por ello.
Senna ofrendó su vida –literal, aunque no a propósito– para muerto en acción para que el deporte motor cambiara. Sí, murió Ratzenberger el mismo fin de semana, pero el impacto nunca hubiera sido igual SI Ayrton no moviliza a los demás pilotos antes de morir. Luego, su accidente motivó a todos para evitar que alguien más pereciera, desde bajar la potencia de los motores hasta elevar la altura de las cabinas, de modificar el trazo de las pistas a incrementar las medidas de seguridad. Senna es el último piloto muerto en acción, pero cada uno que ha chocado después de él, le debe la vida en cierta forma. Todos viven por el cambio que trajo al deporte. Todos viven por él.
Ya no vemos escenas de autos retorcidos entre los rieles y caras largas en los rescatistas; ya no vemos helicópteros alejándose entre las copas de los árboles como lo hicieran el 1 de mayo de 1994. Ya no escuchamos a los comentaristas susurrar mientras sus voces tiemblan y se contienen para no perder el control. Todo eso pertenece al pasado, a la era de Senna y de los que lo precedieron. En la era post- Sena, todos los pilotos de F1 viven, unos 300 de ellos, y la muerte ha dejado de ser un tema. ¿Hay acaso un legado mayor?
La seguridad
Pero la muerte Senna también trajo consecuencias para los espectadores. Por un lado, la nueva popularidad de la F1 hizo que los precios de los boletos subieran a niveles insospechados y se volviera un espectáculo muy caro (ayudado por la avaricia de Bernie, quien leyó bien el mercado); por el otro, las medidas de seguridad en las pistas alejaron a los autos de los espectadores, pues ahora virtualmente no hay curvas sin amplios escapes, que le añaden 50 o 100 metros a la distancia de las gradas a los autos. Ya se han reemplazado las barreras de concreto y acero, se han inventado nuevas formas de detener los autos, pero no se han inventado nuevas formas de estimular la cercanía de los espectadores a la acción. Y a las nuevas generaciones no les gusta eso.
En los autos, el cambio es todavía más evidente, ver el brazo de algún piloto es cosa del pasado, ahora apenas se vislumbran los cascos y la FIA busca otras formas de ocuparse de eso sin usar cabinas cerradas por completo. Simplemente vean una fotografía pre-1994 y compárenla con una moderna. Todo lo que veíamos antes ya no se aprecia, pero siendo en nombre de la seguridad, no hay forma de apelar, todo sea por el bien común; por ello muchos prefieren ver las carreras por televisión, con cámaras en cabina, en los extremos, en los cascos incluso. Se lo debemos también a Senna, para bien o para mal..
El impacto global
No es factible probar causalidad o casualidad, pero el caso es que la F1, que era uno de los deportes populares en el mundo, creció mucho a raíz de la muerte de Senna. Otra vez, la conciencia global del deporte se volvió omnipresente y pronto los mercadólogos y los encargados de turismo de diversas naciones, se dieron cuenta de este fenómeno post-Senna.
Los países empezaron a pagar sumas exorbitantes por un sitio en el calendario y naciones que no tienen –ni tendrán– tradición en el deporte motor se enrolaron de lleno en el mismo: Bahrein, Abu Dabi, Corea, Singapur, Turquía y otros. El efecto multiplicador se derramó a otras series (IndyCar, por ejemplo) y permitió el renacimiento de categorías que estaba semiolvidadas o relegadas (las carreras de resistencia y de turismos a nivel mundial, por ejemplo) y se ha mantenido el crecimiento hasta esta década, aunque el dominio de Vettel ha hecho caer un poco los números en la F1, aunque no en otras series. Senna le dio una imagen a la F1, y ahora todos la entienden incluso los que no siguen el deporte. Un poco como Michael Jordan con la NBA.
El estilo de manejo
Quizás, este sea el punto más controvertido. Su estándar de manejo es impecable en lo técnico, sin errores, virtualmente sin cambios fallados, sin maniobras excesivas, sin volanteo de más. Siempre es fluido, con movimientos mínimos, pero de una rapidez asombrosa y anticipando como si leyera un libro cuya historia ya conocía. Pero, a la vez, los valores de sus acciones son disputables éticamente. Nadie niega que Ayrton sea un superdotado, pero los demás no lo son y manejan como si lo fueran, imitando a Senna. Una cosa es Ayrton tomando riesgos, cerrando puertas mostrando que no se podía pelear sistemáticamente contra él en igualdad de condiciones, y otra cosa es miles de kartistas emulando al ídolo, cerrándosele a cualquiera que ose intentar rebasarlos.
Todo emana de un sentido de superioridad que podía ser evidente en la pista en autos iguales en la mayoría de los casos –y Alain Prost es la excepción que confirma la regla– o sea, un sentido en que ganar es lo único que cuenta, sin importar los medios. Ese se vería reflejado en el incidente de Suzuka en 1990, que por mucho que justifiquemos como la revancha del de Suzuka en 1989, no es excusable. Se refleja en dichos como que Dios manejaba a su lado, como si el título de F1 fuera un derecho divino y los demás no tuvieran razón humana para impedirle a él ganar o a intentar conseguir un triunfo para su causa. Y eso es lo que trascendió en los miles de kartistas y pilotos jóvenes que lo idolatraban, entre ellos un tal Michael Schumacher, quien justificaba sus acciones inexcusables (Villeneuve en Jerez 1997, la calificación en Mónaco 2006, etc.) con la misma arrogancia de Senna, pero sin su alma y su profundo misticismo– que hacía ver como aceptable el lado ríspido de su filosofía–, simplemente reemplazado por un pragmatismo robótico evidenciado en el lema “el fin justifica los medios”, que fue en lo que acabó todo.
Senna, con su estilo de manejo basado en una filosofía que no podría ser emulada por ninguno de sus seguidores o imitadores, hizo que perder una batalla fuera deshonroso. Hizo que ganar fuera lo único que importa, y volvió al deporte motor un juego mucho más peligroso y le quitó las características de juego. Quizás se aparte de la evolución de la sociedad, pero el deporte siempre fue un ejercicio de muchos que compiten. Cuando se vuelve simplemente ejercicio para los ganadores, se vuelve individual, porque sólo uno puede ganar y el segundo es el primero de los perdedores. Un grande puede evadir al destino jugando al límite, pero un grande se da una vez cada vida, y los que lo imitan son eso, copias pálidas del original.
El parámetro
Con su muerte Senna se ha vuelto el parámetro por el cual se mide la grandeza en el deporte motor. Antes un piloto podía ser grande habiendo vencido en Indy, en Le Mans, en rallies y habiendo tenido una carrera en F1. Ahora todo se mide con el estándar de Ayrton. No hay más.
Un piloto puede ganar carreras, títulos incluso, pero eso no significa nada si no trasciende el inconsciente colectivo, como Senna. El parámetro contra el cual todos los logros serán medidos, de 1994 en adelante e incluso hacia atrás, es Senna. Se miden tres cuestiones: el virtuosísimo al volante (digamos, las manos en acción), el carisma (digamos, la cara pública), y el enfoque perseverante (digamos el cerebro pensante), que en conjunto forman el alma, la esencia del piloto. Y no basta ganar más veces que Ayrton, como bien lo han comprobado Prost, o ser más hábil en su trato público (como ha visto Vettel) o más obsesivo para ganar (como bien sabe Schumacher), hay que ser mejor en el paquete completo, y eso es simplemente imposible, pues además, la leyenda nunca envejece.
No hay forma de idolatrar a un campeón moderno, no hay forma de ver a un campeón una vez que se conoce a Senna, el mítico, la leyenda, el inmortal. Senna no puede ser comparado, mucho menos vencido. Porque nadie trascendió como el en el imaginario de la civilización, no sólo de los aficionados al deporte, o al deporte motor, sino de la civilización como tal. Senna es el parámetro por el cual serán medidos los pilotos per secula seculorum…
El legado
Ayrton fue un hombre de muchas facetas, determinado, visionario, superdotado y su atractivo sobrevive a su muerte. Sus enormes cualidades siempre pesarán más que sus fallas de carácter. Lo más lamentable de su muerte, es que ese enorme potencial que todavía no encontraba un cauce para desfogarse se haya quedado latente. Pero también fue un visionario y se dio cuenta que la forma de sacar a Brasil adelante era con la educación de su gente, de sus niños y a eso enfocó sus esfuerzos anónimos y estaba buscando establecer un mecanismo para impulsarla en 1994.
Su hermana Viviane retomó la visión de su hermano y tradujo ese sentido de responsabilidad social en acciones concretas que dejan huella en el entorno tras fundar el Instituto Ayrton Senna en noviembre de 1994. Pero, como el Cid Campeador, es la presencia de Ayrton la que multiplica el alcance masivamente, y el hombre leyenda de las pistas sigue ganando batallas aún después de la muerte.