Por Fernando Tornello

Sid, hay ciertas cosas sobre las cuales no tenemos control, no puedo irme, tengo que correr”, le dijo Ayrton Senna al Dr. Sid Watkins en la mañana del domingo trágico de Imola 1994.

Minutos antes el Dr. Watkins le había propuesto al ídolo brasileño que no largara el GP de San Marino, al ver que su estado de ánimo no era el mejor tras el accidente mortal de Ratzenberger, ocurrido el día anterior. Aquellas serían las últimas palabras que escucharía de su gran amigo y gran campeón.

Todos sabemos cómo terminó esa aciaga jornada y uno de los que más sufrió fue el Dr. Watkins.

El corazón del médico “Ángel Guardián de los Pilotos”, como alguna vez lo bautizó Nelson Piquet, no aguantó más y dejó de latir el último 12 de septiembre, a los 84 años.

El Profesor Dr. Sid Watkins se había recibido en Medicina en la Universidad de Liverpool, en 1956. Inmediatamente fue incorporado al Cuerpo Médico de la Armada Real y sirvió cuatro años en África para retornar a su país, donde se especializó en Neurocirugía en Oxford. Hijo de un mecánico de Liverpool, su otra pasión era el automovilismo. No tardaría mucho en reunir su profesión con las carreras.

A la F1 llegó en 1978, en el GP de Suecia, en Anderstorp, en el que Niki Lauda iba a ganar con un enorme ventilador trasero en su Brabham, que inmediatamente iba a ser prohibido por FIA. A partir de ese momento no claudicaría en su lucha por salvar y proteger a los pilotos. Bernie Ecclestone lo presentó en el circuito sueco a Lauda, Reutemann, Villeneuve, Andretti y Hunt, quienes apoyaron inmediatamente sus acciones.

En el GP de San Marino de 1989, Gerhard Berger sufrió un terrible accidente seguido de incendio en la curva de Tamburello. Watkins tardó sólo 27 segundos en llegar al lugar y comenzar la asistencia del piloto, a quien entubó para que pudiera respirar ya que estaba inconsciente en el medio de las llamas. El combustible del tanque del Ferrari se derramó en parte sobre el médico, quien arriesgó su vida, pero logró revivir al piloto austríaco.


En el GP de España de 1990, fue Martin Donnelly quien salió despedido junto con el asiento a muchos metros del auto, quedando inerme sobre la pista. Watkins corrió desesperado hasta el lugar, logró abrir el casco de Donnelly por la mitad, para encontrar la cara del piloto azulada por falta de oxígeno. Lo entubó hasta hacerlo respirar, lo trasladó al hospital y le indujo un coma de dos semanas para atenderlo convenientemente. Durante tres meses le practicó diversas operaciones hasta restablecerlo.

El bicampeón Mika Hakkinen fue salvado tras su tremendo accidente en Adelaide durante el GP de Australia 1995, en el cual el médico le realizó una traqueotomía en la pista. Y la lista de pilotos salvados, curados, protegidos es larga. Didier Pironi en Hockenheim, en 1982, lloraba de dolor dentro de su Ferrari destrozado. Su vida corría peligro pero sus piernas parecían no tener salvación. Pironi pedía que no se las amputaran; sólo la rápida y eficiente atención de Watkins permitió que se recuperara.

Schumacher comprobó las bondades del Profesor Watkins tras el accidente de Silverstone 1999, Burti en Spa, Wendlinger en Montecarlo, Lehto, Panis, Pierluigi Martini, Verstappen, Cristian Fittipaldi, Nelson Piquet y hasta Frank Williams le deben sus carreras y sus vidas. Y seguramente muchos más.

Pero como toda historia que se transforma en leyenda también tiene su cuota de pena, frustración y dolor. Ni siquiera su gran aptitud pudo salvar a Ronnie Peterson, en Monza 1978, a Riccardo Paletti, en Canadá 1982, a pesar de continuar atendiendo al italiano en medio de la explosión del auto. Tampoco pudo salvar a Gilles Villeneuve en Zolder 1982, ni a su gran amigo, Ayrton.

Toda la F1 lo llora y lo recuerda con enorme gratitud, gran cantidad de pilotos le deben la vida, muchas de las mejoras introducidas en autos, ropa y circuitos se deben a su insistencia por mejorar la seguridad. Ahora es momento para descansar en paz, sólo espero que su legado sea valorado y quienes ahora cuidan a los pilotos tomen la posta con el mismo amor y dedicación del ‘Ángel de la Guarda’.