Ayrton Senna es sinónimo de velocidad pura, pero su personalidad compleja es la que cautivó a millones y lo volvió una leyenda, además del parámetro para medir a los que vienen después. He aquí una selección de los momentos definitorios que convirtieron al hombre en mito.
1. Prueba de F1. Donington Park
19 de julio de 1983
Este era el día. Se lo dijo mientras merodeaba alrededor del Williams FW08C, campeón del mundo. Incluso le dio unas palmaditas antes de subirse. No cabía; Senna era alto y delgado, su volante usual, Keke Rosberg era más ancho y bajo. Lo físico, sin embargo, palidecería frente a lo metafísico.
Derramó una lágrima mientras los mecánicos lo apretaban de la mejor forma en que podían. Leyó la nota de precaución en el volante. Y, como un veterano, mezcló embrague con acelerador para cumplir su destino.
Tras unas cuantas vueltas, había igualado los mejores tiempos. Luego descubrió que el Williams tenía seis cambios y bajó 1.6 segundos, pese a un tanque lleno de combustible que pretendía hacerlo ver como una mera promesa. Llegó a los fosos –sintió que el motor se apretaba– y dijo “gracias”.
Ahora ya era un día normal. El primero de muchos.
2. Carrera de Campeones. Nürburging
12 de mayo de 1984
Un poco de diversión que se tomó muy en serio. Un piloto poco conocido para cubrir la alineación estelar que se había reunido para celebrar la apertura del “nuevo” circuito de gran premio, esta fue la oportunidad de brillar en autos iguales aunque mundanos: un sedán Mercedes.
Cautivó a Alain Prost en el camino del aeropuerto, y lo divirtió al dejar de hablarle luego de perder su batalla por la PP, y lo irritó al sacarlo a laminazos del liderato. A partir de ahí, el hombre más joven en la F1 manejó inmaculadamente en condiciones horribles.
Se sintió muy bien al haber derrotado a Niki Lauda, Keke Rosberg, Denny Hulme, Jody Scheckter, Jack Brabham, John Surtees y Phill Hill – todos campeones mundiales– pero, lo más importante fue que se le metió en la piel a Prost.
Las diabluras eran su diversión.
3. GP de Mónaco. Montecarlo
3 de junio de 1984
Oh, la injusticia. Prost corría sin errores a pesar de un problema con los frenos de su McLaren, mientras que Senna había dañado la suspensión de su Toleman en un bordo. No importaba: sus papeles estaban definidos. El primero, gesticulando para que se detuviera la carrera, era maquiavélico; el otro, era Galahad, puro y complicado.
En llantas lisas Michelin del año anterior –McLaren tenía la última palabra al respecto– Senna calificó 13o. En llantas para mojado de nueva especificación –la única opción disponible– para la carreras superó a Jacques Laffite, Manfred Winkelhock, Keke Rosberg, René Arnoux y Niki Lauda antes de pasar a Prost en la línea mientras salía la bandera roja.
Extremadamente calmado, echó humo hasta que se dio cuenta: “Probablemente recibí más publicidad que si hubiera ganado”. Se dieron medios puntos. Pero solo fue la mitad.
4. GP portugués. Estoril
21 de abril de 1985
Elio de Angelis, en su sexta temporada con Lotus, superó a Senna en su primera calificación… en Brasil. Pero Senna lo corrigió en Portugal por un margen y con una facilidad que puso a su nuevo equipo detrás de él.
Elio se defendió de forma suprema contra Prost, un maestro en la lluvia, hasta que el McLaren de este se trompeó en una recta anegada.
En ese punto, el italiano vaciló, fue pasado por un Ferrari y sufrió una pinchadura al salirse de la pista.
Senna se salió también, pero regresó, aún en el liderato, y luego pidió que detuvieran la carrera, sin darse cuenta de la ironía. Para cuando la carrera terminó, todos estaban ciegos. Rocío opaco, talento transparente.
Primera PP, primer triunfo, y segunda VR, pero el todo fue más grande que la suma de sus partes.
5. GP de EUA. Detroit
22 de junio de 1986
Posición de privilegio; liderato temprano; una pinchadura que lo relegó al octavo; la velocidad y precisión de su manejo con el trabajo de Lotus en los fosos para hacerlo recuperar… este difícilmente fue un triunfo de rutina. Pero es memorable por lo que sucedió tras caer la bandera a cuadros.
Senna hizo una pausa en la vuelta de victoria para recibir la bandera brasileña. Pequeña como izada en un castillo de arena en Ipanema, ondeaba con una ferocidad cómica, pero el gesto fue revelador. El mundo era su escenario, Europa su base, pero su corazón y alma estaban en Brasil.
Con su “cielo del azul más puro”, “el verde inmaculado de estas selvas”, y “el esplendor de la cruz del sur”, el símbolo de su nación dibuja un paisaje de ensueño. Senna, consciente de la realidad dura de su país, estaba orgulloso de ser su estrella más brillante.
6. GP alemán. Hockenheim
27 de julio de 1987
La promesa mostrada por una arrancada en primera fila y un liderato inicial, se desvaneció cuando Mansell, Prost y Piquet lo rebasaron. A media carrera, Senna batallaba contra Thierry Boutsen de Benetton por el cuarto puesto.
Entonces, Senna escuchó un “pop”. Un tornillo se zafó de la carcaza del turbo y la fuga obstaculizaba su control de la presión del mismo. La cosa empeoró con una pérdida de adherencia frontal que lo mandó a los fosos. Unos giros después regresó por una nueva trompa. La suspensión activa había escupido su fluido y se volvió pasiva sobre amortiguadores de “ayuda” diseñados para aguantar unos kilómetros. Aun así, apretó.
Tras acabar, sólo comentó que el pedal de freno se suavizó. De hecho colgaba a través de un agujero en el suelo.
7. GP de San Marino. Imola
1 de mayo de 1988
Vencer a su nuevo coequipero, Prost, era su prioridad; la victoria sería producto de ello.
Senna había arrancado en la PP en Brasil, para ser descalificado por iniciar la carrera retrasada –no parada– en el muletto desde los fosos. Esta vez, hizo una brillante escapada desde otra brillante PP, casi ocho décimas más rápido que Prost, y construyó una gran ventaja mientras el galo se recobraba de un motor titubeante.
Prost fue más cauto en el tránsito, y Senna, pese a un medio trompo, controlaba la brecha. “El Francés”, como Senna lo llamaba, aunque lejos de estar derrotado, era cuidadoso y contemplaba sus adecuaciones. Senna, más veloz, más despiadado, había impuesto sus deseos.
Que sus autos fueran tan superiores –tres segundos en calificación y una vuelta en carrera– significaba una carrera parejera por el título. Precisamente lo que Senna quería. Su primer campeonato mundial sería otro producto de ello.
8. GP de Mónaco. Montecarlo
15 de mayo de 1988
El piloto de creencias profundas estaba teniendo una experiencia religiosa. ¿Acaso era Dios en Portier?
Incluso los ateos más ardientes podían ver que Senna estaba operando en un plano superior. Prost, sin duda sintiéndose vulnerablemente humano, lo sobrellevó con un sorprendente “¡Fantástico!”
Prost lucía rápido, pero Senna llevaba un ritmo sobrehumano unos dos segundos más rápido. Ni siquiera él había experimentado algo así antes. El trabajo de algo más que talento, estaba abriendo una puerta previamente bajo llave. Cuando le pidieron desistir porque nadie podría mejorar su tiempo, contestó que él podía. Y lo hizo.
Aún lidiaba con estas sensaciones cuando se estrelló liderando por kilómetros. ¿Acaso era Senna en Portier?
Él da y él quita. Creencias y demonios.
9. GP japonés. Suzuka
30 de octubre de 1988
Todo habría terminado en el principio si no es por un desnivel. Senna se atascó, agitó sus brazos, e intentó arrancar dos veces su Honda turbo antes de lograrlo. Llegó 14o a la Curva 1 y ya era 8o al final de la primera vuelta.
Prost se apresuró en la punta. Cualquier pensamiento de una Navidad temprana, sin embargo, fue diluido por una transmisión problemática, a causa de un embrague desgastado. Un cambio errado permitió al March de Ivan Capelli liderar unos metros.
Senna, mientras tanto, disponía del pelotón con una decisión terrorífica que Prost aceptó que no podía igualar. En la vuelta 28, cambiaron posiciones cuando un rezagado enturbió la disputa.
Aunque un aguacero en las últimas vueltas incomodó a Senna –y lo hizo gesticular– siguió alejándose. El título era suyo.
10. GP de Japón. Suzuka
22 de octubre de 1989
Prost había advertido que no cedería el paso. Pero aun así, no era su escenario. Aunque su auto estaba intacto, quería salirse. Senna, con la adrenalina a tope, urgió a los comisarios a empujarlo. Quería regresar.
La ayuda era legal; los McLaren estaban detenidos peligrosamente a media pista. Sin embargo, Senna se saltó la chicana, y eso fue considerado causal para descalificarlo.
El ajuste de baja carga aerodinámica de Prost le había dado la ventaja la mayor parte de la carrera. También había estado inusualmente dinámico en el tránsito. Aun así, Senna lo cazó. Cuando la arremetida llegó, inevitablemente demandó cumplimiento. Prost caminaba con parsimonia a la entrada a los fosos, cuando su enemigo irresistible pasó como un dardo en busca de una nueva trompa.
Ya había indicios de controversia en su relación, y en los papeles que McLaren, Honda y la FISA jugaron para generar rencor, pero ahora todo apestaba.
11. GP español. Jerez
28 de septiembre de 1990
Tenía que verlo por sí mismo y se apuró a llegar. Ahí estaba Martin Donnelly, contorsionado como una marioneta descartada, su Lotus reducido a tren motriz, tanque y fragmentos tras chocar a 225 kph.
Senna, conmocionado por la fragilidad del hombre y la máquina, puso el tiempo más rápido de calificación por un segundo, y en tributo. No todos los vieron de esa forma. Y quizás había algo de egocentrismo: quería aprender de la dificultad de Donnelly.
Pero también había humildad. Fue a visitar a su colega en coma y luego le dio seguimiento a su tortuosa recuperación a través de su amigo, el profesor Sid Watkins. Su carisma tenía rincones oscuros, pero en esta ocasión esos rincones se iluminaron con dignidad y honor.
12. GP japonés. Suzuka
21 de octubre de 1990
Hasta el mismo Prost aceptó que la PP debió estar del lado engomado y no del interno.
Senna se sintió traicionado por la circunstancia. Luego de insistir que Suzuka 1989 estaba en el pasado y que él y Prost ya eran amigos –se habían dado las manos, después de todo– el enojo residual asomó a la superficie. Se retiró antes de la junta de pilotos. Su cara era como un trueno. Su ánimo: insensible a las consecuencias.
La Curva 1 fue otra maniobra de “déjame pasar o chocamos”, más dramática y obvia esta vez, a 240 kph. En el momento en que ambos salían de sus respectivas cabinas, las consecuencias políticas recién comenzaban.
Campeón mundial por segunda vez, Senna insistió en que era un mero accidente de carreras. Insistió, también, que él estaba en paz.
13. Entrevista GP australiano. Adelaide
1 de noviembre de 1990
El hombre que peleó por hacer más seguro el deporte se encontró con el hombre que usó eso como ventaja en una pelea. Apenas cinco campeonatos mundiales entre ellos, estaban en mundos distintos.
Jackie Stewart, para el Canal 9 de la TV australiana, usó palabras provocadoras como “maduro” o “prudente”, en referencia a la controversia reciente de Suzuka. Senna, erizándose, lo llamó “Stewart” y “Jack” mientras sus palabras se aceleraban y él se inclinaba al frente en su asiento y apuntaba con su índice.
Stewart estuvo calmado y persistente. Se había ganado el derecho a preguntar cosas que nadie más. Pero Senna conectó algunos golpes más notables: “Si no vas cuando se abre un hueco, entonces ya no eres un piloto” y “No estoy diseñado para quedar tercero, cuarto o quinto”.
14. GP brasileño. Interlagos
24 de marzo de 1991
Siete veces, ese triunfo ansiado lo había eludido: turbo inestable, sistemas eléctricos erráticos, motor tronado, descalificación y tres choques.
En esta ocasión, la cuarta marcha había desaparecido, y la tercera y quinta eran amigas ocasionales. Con siete giros restantes y un nubarrón asomando, el sexto sentido de Senna se iluminó y dejó la caja en la marcha alta.
Claramente estaba tocado, pero, ¿por qué y cuánto tiempo? Su camuflaje era perfecto. Un envidioso Piquet cuestionó la veracidad de la historia de Senna dados los cambios de elevación de la pista y Ricardo Patrese con la semiautomática de su Williams ayudándole, se acercó pero decidió no arriesgar su segundo lugar con llantas lisas en la lluvia.
Senna, que había alcanzado nuevas alturas, e incluso encontró fuerza para saludar en la última vuelta, tuvo que ser sacado del auto. No hubo neutralidad ese día.
15. Conferencia de prensa del GP japonés. Suzuka
20 de octubre de 1991
No maldecía mucho en público, pero vaya que lo hizo contra Jean Marie Balestre ese día.
Los monólogos post- carrera de Senna se volvieron una tradición en Suzuka (este fue su tercero en tres años) y aunque parecían petulantes, contenían la verdad según su visión.
El presidente saliente de la FISA le había “robado” en 1989, y lo “jodió” en 1990. Refiriéndose a la última ocasión, Senna reveló su reacción de 1990 en retrospectiva: “Si mañana Prost me gana la largada, iré por él en la primera curva, y más le vale no cerrarse porque no lo logrará”.
Cuatro días más tarde, retractándose ligeramente, puso su firma en un insípido boletín de prensa conciliatorio aderezado con el lenguaje de Ron (Dennis) y salpicado de “Hondamabilidad”. Sin embargo, no podrían tapar esas grietas con papel.
16. GP Mónaco- Montecarlo
31 de mayo de 1992
Un destello: el líder dominante Nigel Mansell emergía del túnel convencido de tener una pinchadura, y rápido paró por gomas nuevas. Senna, sobreviviendo con las sobras que Williams dejaba, nunca había estado más hambriento. Aunque sus llantas estaban fritas, no estaba para regalar una ventaja que apenas había heredado.
Mientras Mansell, también fanático del teatro, dibujaba anchas líneas negras y marcaba vueltas rápidas mientras atacaba al McLaren, yendo de un lado a otro y lanzándose a atacar huecos inexistentes, Senna se apegó con decisión a una línea defensiva.
En cualquier otro lado, Mansell habría ganado; contra cualquiera otro que no fuera Senna, también. En vez de eso, Senna obtuvo un quinto triunfo (en seis años) para empatar el récord de la carrera más prestigiosa de F1.
17. Plática libre GP belga. Spa Francorchamps
28 de agosto de 1992
Erik Comas estaba inconsciente y su Ligier sin ruedas tras golpear la barrera a 290 kph en Blanchimont. Senna viboreó entre los restos y se detuvo. Sabía lo que tenía que hacer.
El profesor Watkins iba en camino pero, para cuando llegó, su amigo, siempre atento a aprender, había hecho exactamente lo que Watkins le había aconsejado. Luego de correr valientemente entre la nube de humo en contra del tránsito a ciegas, Senna inmediatamente apagó el rugido del V10 Renault comandado por el peso muerto del pie inerte del piloto. Dados los líquidos inflamables que escurrían entre los restos del auto, Comas es enfático que esta acción le salvó la vida. Y lamenta no haber podido devolver el gesto el 1 de mayo de 1994, cuando a su Larrousse retrasado le ordenaron detenerse junto a la devastación.
18. GP europeo. Donington Park
11 de abril de 1993
El Benetton de Michael Schumacher lo abrió al acercarse a Redgate, y Karl Wendlinger, otro de los entusiastas cadetes de Mercedes, se metió al hueco en su Sauber. Así empezó todo.
Schumacher fue despachado al salir de Redgate, y Wendlinger en la bajada –literalmente, dada la pendiente– de las Curvas Craner. Damon Hill fue solventado en McLeans, y su coequipero en Williams, Prost, no tuvo opción en la horquilla Melbourne. Cuatro detenciones en fosos después, Senna había completado su obra maestra.
Fingiendo dormir –Portugal en 1985 había sido más duro– se “despertó” para preguntarle a Prost, al terminar su letanía en la conferencia de prensa, si quería cambiar autos. Una risa nerviosa se convirtió en silencio, pues todos los ahí reunidos sabían que ese cambio no habría alterado el resultado.
19. GP australiano. Adelaide
7 de noviembre de 1993
La última carrera de Senna con McLaren fue la última contra Prost. Luego de ganar en Japón en octubre, había ignorado la mano de Prost, extendida en señal de reconciliación en el podio, en su lugar bebió Schnapps, sacó el puño y golpeó al novato falto de respeto Eddie Irvine.
Había sido una campaña agitada con contratos carrera por carrera (hasta media temporada), negociando fuerte con Ron Dennis, y siendo cortejado por Williams. Senna había jugado rápido y flexible, pero pudo cerrarlo con limpieza.
Su último triunfo fue el récord de McLaren de 104. Dennis, que no está diseñado para terminar tercero, cuarto o quinto, estaba rebosante. En cuanto a Prost, Senna lo abrazó en el podio, y le dijo que habría un “vacío” sin él. Y uno podía percibir que lo dijo en serio.
20. GP de San Marino. Imola
1 de mayo de 1994
De forma inusual, se sentó en el auto en la parrilla sin el famoso casco amarillo que significaba “quítate” en el retrovisor de otros pilotos. Hasta parecía mortal.
Le había prometido a su novia que no correría luego del accidente fatal de Ratzenberger. Y le había dicho al profesor Watkins, quien le había pedido que no corriera y se fueran a pescar, que tenía que correr; era para lo que había nacido. Y le costó la vida.
Había sido advertido, por Gerhard Berger, el hombre que lo enseñó a vivir, sobre los autos de seguridad lentos y las llantas frías. Le preocupaba la falta de balance en su Williams. Tenía sospechas que el rival que lo cazaba tenía un auto tan rápido que parecía ilegal.
Nunca se había sentido más obligado, ni más convincente.