Foto: Autosport

De un inicio humilde, en 1977, los turbos se habían vuelto todopoderosos en 1988 y, como todos los imperios, vino su caída según recuerda NUESTRO HISTORIADOR EN JEFE.

EL DESARROLLO: 1977-1988

Los motores turbocargados siempre fueron controvertidos porque las reglas no aceptaban el uso de turbocargadores, sino sólo de súpercargadores (que no es lo mismo), y nadie protestó hasta que vieron su potencial enorme y para entonces era demasiado tarde. Los turbos debutaron en 1977 y una década después eran más dominantes que nunca, de hecho ningún auto con motor normalmente aspirado había ganado desde 1983. Sin embargo, eran muy costosos y también peligrosos debido a su potencia de hasta 1,500 caballos que entraba de golpe, lo cual llevó a la FIA a tratar de domarlos.

Inicialmente se intentó restringirlos limitando el uso de combustible al reducirse primero a 200 litros por carrera, a la par, la presión a la que podían funcionar se limitó, en 1987, a 4.0 bar y se prohibieron las llantas de calificación súperadhesivos. Los autos siguieron siendo más veloces que antes, y para 1988 la dotación de combustible se bajó a 150 litros y la presión a 2.5 bar, con lo que se quitaron unos 300 caballos a los autos, pero de todos modos el Honda turbo ganó 15 de las 16 fechas y el Ferrari turbo la restante.

EL CAMBIO PARA 1989

Para 1989, ante la futilidad de frenar el avance tecnológico, la FIA cambió el paradigma de la F1:

Prohibió los motores turbocargados, súpercargados y todo tipo que no fuera de aspiración normal, estableciendo un límite de 3.5 litros en los propulsores.

A la vez, los autos debían tener los pies del piloto colocados no más adelante de su eje delantero, lo cual alteró la distribución de peso, pero los volvió más seguros.

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