Cuando Michael Schumacher se retiró en 2006, Lewis Hamilton ni siquiera estaba en la Fórmula Uno, pero iba en camino tras batir a Nelsinho Piquet por el título de GP2 (ahora F2) ese año y ser nominado para unirse a McLaren-Mercedes como coequipero del recién firmado bicampeón, Fernando Alonso.

Lewis tenía una historia antigua con McLaren, había sido piloto en desarrollo de los de Woking desde los 13 años, cuando apenas era kartista. Su llegada al equipo de la categoría máxima fue como la graduación de un hijo y su inicio de temporada fue el mejor de la historia, uno que difícilmente se repetirá, con podios en las primeras nueve carreras, incluidos triunfos en la sexta y séptima fechas. Al final terminó victimado, igual que Alonso, por la lucha interna y Kimi Raikkonen les ganó el título por un punto a ambos en la última carrera, pero Lewis quedó  delante de Fernando en criterios de desempate, con cuatro triunfos en su campaña debut, y habiendo batido al hombre que retiró a Schumacher.

Era obvio que Lewis era un piloto especial y su título de 2008 lo demostró, aunque fue logrado en la última curva de la última vuelta de la temporada, en parte gracias a que Alonso había emigrado y su nuevo coequipero, Heikki Kovalainen, era, comparativamente, más escudero que rival. Vinieron los augurios de grandeza, pero las siguientes cuatro campañas con McLaren no fueron tan buenas y cuando fue emparejado con otro campeón, Jenson Button, entre 2010 y 2012, Lewis fue batido un año (2011) por su compatriota, quien tuvo más puntos en ese periodo que Hamilton, aunque éste ganó 10 veces contra seis de Jenson. No exactamente el resultado de alguien que aspiraba a ser leyenda.

Al final de 2012 Lewis emigró hacia pasturas más verdes, el retornado equipo Mercedes, que había dejado la F1 en 1955 y regresado en 2010 con Schumacher y Nico Rosberg como pilotos. Pero ante la falta de resultados del heptacampeón –que ya pasaba de 40 años y no tenía forma de pulir el auto, pues las pruebas privadas habían sido abolidas–, los de Stuttgart habían contratado al piloto más veloz disponible en el mercado, o sea, Lewis.

En efecto, Lewis era el piloto más veloz, pero no el mejor. Él había forjado su estilo en una F1 con recargas de combustible y cambios de llantas, que en los hechos volvían un gran premio de 300 kilómetros en tres sprints cortos de 100 kilómetros, a veces dos de 150 km o incluso cuatro de 75 km, según el número de paradas determinadas en la táctica.

Eso hacía que el piloto simplemente fuera a fondo todo el tiempo, sin necesidad de evaluar la estrategia dictada desde la pared de fosos. Su misión era acabarse las llantas y el combustible en las vueltas estipuladas, y parar con precisión para rellenar el tanque, calzar neumáticos nuevos y salir a darle a fondo. Nada de pensar en cuidar los neumáticos o ahorrar combustible para un ataque al final, sólo ir al 100% todo el tiempo. Lewis era excelente en eso, lograba calificar adelante la mayor parte del tiempo y mantenerse al frente, mientras el auto respondiera, pero no era un piloto completo, uno que pudiera correr un gran premio de 300 kilómetros manejando la situación.

Justo entonces las reglas cambiaron, precisamente para prohibir el repostaje de combustible, y Lewis dejó de ser el más rápido, el que podía ganar en cada ocasión, y pasó a ser un piloto que se acababa las llantas demasiado pronto por tener una carga completa de gasolina al arranque. Y aunque en su primer año en Mercedes batió a Nico Rosberg, su coequipero, éste ganó más veces y el británico batalló mucho para modificar su estilo, incluso fue superado en las calificaciones por Nico, quien no era considerado un piloto tan veloz en una vuelta.
Pero llegó 2014, con el cambio de reglas, y un Mercedes necesitado de triunfar.

Ya habían conjuntado un equipo estelar, con cuatro ex directores técnicos de equipos en sus filas y tres ex diseñadores en jefe, y la firma teutona invirtió un estimado de €3,300 millones de euros para producir el mejor motor posible, el PU106A híbrido de 1.6 litros turbocargado, que los volvería imbatibles, con un chasis eficiente que no admitía competencia. Así Lewis tuvo 11 triunfos en 2014 y añadió 10 en 2015; batió con soltura a Nico por el título en ambos casos. Era el Lewis 2.0, que había aprendido a ser un piloto más completo sin perder su velocidad natural y ahora podía manejar las carreras con soltura, aunque sus críticos decían que cualquiera lo haría si tuviera un auto como el suyo.

Al ganar el tricampeonato Lewis la prensa inglesa lo proclamó el mejor piloto británico de la historia y empezó a hacer comparaciones con otros tricampeones, especialmente con Ayrton Senna; trataba de cimentar la idea de que esta era su era y él era el gran heredero de las leyendas que habían marcado la F1, como Fangio, los escoceses Clark y Stewart, Niki Lauda, los cuatro grandes –Piquet, Prost, Senna y Mansell– y el “Schuminator”.

Además, Lewis, tecnológicamente avanzado, dominaba las redes sociales con sus tuits, mensajes y fotos, el piloto con más seguidores, aunque la gran mayoría de sus fanáticos no supiera mucho de la F1 y simplemente viera a una personalidad atractiva que salía con otras personalidades. Parecía atractivo: un chico malo y rápido para las mujeres, un ícono de moda lleno de tatuajes para los hombres. Sin embargo, en el rango de aficionados arriba de los 35 años sus negativos eran mucho más que sus positivos y fuera de Gran Bretaña no era considerado un campeón que pareciera serlo. Su lenguaje, en un inglés criollo, su vestimenta y tatuajes como de rapero o pandillero –ninguna de esas dos imágenes muy respetable para las generaciones mayores–, su presencia ostentosa en el círculo jet-setter no caían bien. Y, hay que ser realistas, el racismo subyacente en la sociedad tampoco ayudaba, pues muchos de sus críticos se iban por el color de su piel y no su desempeño dentro y fuera de las pistas.

Estaba en la cima del mundo, hasta que llegó 2016 y Nico le trajo una sorpresa enorme al subir su nivel e iniciar el año batiéndolo en carrera y, más asombroso, en calificación, aunque Lewis se recompuso para acabar arriba antes del receso de media campaña. Pero Nico sabía que era su única oportunidad y regresó de las vacaciones enfocado y retomó el mando. Eso y un motor que explotó en el auto de Lewis y que lo forzó a abandonar una carrera que debía ganar le dieron la ventaja al germano, quien solamente tenía que llegar segundo en las carreras finales para coronarse. Y eso hizo, pese a todos los juegos mentales que Lewis lanzó para desequilibrarlo, como lo había hecho desde que eran niños y corrían karts juntos.

Lewis fue batido por “Britney”, pese a ganar 10 carreras, y eso no es de leyendas. De hecho eso le daba la razón a los críticos que decían que cualquiera podía ganar en ese Mercedes, pues Nico no era visto como un grande de todos los tiempos, sino como uno más de los 33 que han obtenido la corona de la F1. Entonces Lewis decidió mostrar quién era el verdadero dueño del trono, pero el rey había abandonado la contienda y ya no había forma de desquitarse tras el retiro de Rosberg. Otra raspadura en su era, si es que consigue llamarla así a base de triunfos y podios.

Por eso se preparó como nunca para 2017, listo para cimentar su afirmación de que la era post Schumacher es suya, apoyado en estadísticas y el gran poder de la prensa panegirista inglesa, que realmente lo ve como un nuevo Senna, pero no entiende que los grandes no son formados por la prensa, sino por sus hazañas en la pista, y Lewis, aunque duela, no era piloto de grandes hazañas, ni remontadas, ni rebases memorables. Era un piloto muy veloz, que sabía aprovechar los elementos a su disposición y sacarles el mayor jugo posible.

Eso nos lleva a pensar en si los números son suficientes para determinar una era. Sí en el caso de Schumacher, quien no enfrentó a pilotos que tuvieran más de 20 triunfos una vez que logró su primer título. Muy distinto al caso de alguien que enfrenta a otro piloto con más de 40 victorias y cuatro títulos, podría hacerse el paralelismo de Senna y Prost, que además enfrentaron a Mansell y Piquet, ambos pilotos dominantes, por lo cual su era siempre fue la de los cuatro grandes, aunque no corrieron juntos todo el tiempo.

Para que sea la ERA DE HAMILTON, Lewis necesita ser más dominante que antes y batir primero a su coequipero, como han hecho los grandes –la excepción es Senna y Prost en 1988-1989, cuando se dieron con todo y quedaron empatados en títulos, aunque con ligera ventaja para Ayrton en triunfos y para Alain en puntos–, y de ahí brincar a batir a todos los demás de forma convincente, ganando más años de los que le han ganado. Eso es elemental para conseguir un título indiviso en una era, que de otra forma vendría a ser conocida con dos o tres nombres de los mejores, como lo fue la de los cuatro grandes.

Un segundo aspecto nos dice que también tendría que verse más como campeón de todos, al menos mientras se mueren los aficionados menos tolerantes, o mientras sus seguidores no superen a las generaciones previas en número, algo paradójico, ya que los dueños de la F1 tienen sus esperanzas puestas en que la categoría sea adoptada por los jóvenes que siguen a Lewis por ser como es.

¿Entonces es la era de Lewis Hamilton? Podría serlo, pero tiene que despedazar a Vettel para no compartirla y, sobre todo, dejar de comparase con Senna. Hay techos que nada más no se alcanzan.