POR FERNANDO TORNELLO • @ F1Tornello

Como una gran reivindicación a los reclamos del público, de la prensa y hasta de los propios protagonistas de la F1, los dirigentes han comenzado a rectificar el rumbo, mismo que le ha hecho perder buena parte de su esencia, del atractivo que la hizo crecer y ocupar un espacio importante en la estima de los aficionados.

Los más grandes y nostálgicos recuerdan a aquellos pilotos, equipos y carreras de los 60 y 70, en los que un grupo de valientes se medían en pistas con escasa seguridad, montados en autos más propensos a romperse en mil pedazos que a proteger a su piloto. Por aquella época pocos protestaban o, si lo hacían, cuando llegaba el momento de acelerar se olvidaban.

Eran tiempos en que los constructores experimentaban sin red de protección. Motores traseros, chasises tubulares, alas tímidas al comienzo, exageradas después, aplicación mínima de la aerodinámica, efecto suelo, turbo ventilador, suspensión hidroneumática, seis ruedas; más tarde, motores turbo de gran potencia, fibra de carbono y mil elementos más. El que descubría una mejora y le funcionaba bien, ganaba.

Y así se iban turnando en una misma temporada, hoy Ferrari, mañana Lotus, pasado Ligier, luego McLaren, a veces Brabham, también Williams, se consagraba Tyrrell (antes Matra), el ignoto Wolf y equipos chicos como March se anotaban victorias. Más tarde llegó la profesionalización, la “evolución”, los materiales compuestos, las computadoras, los estrategas y los ingenieros que manejan más elementos que el piloto, y se acabó el espectáculo.

En el arranque del nuevo milenio dominó Ferrari, por un lustro. Luego, dos años de Renault, más tarde cuatro de Red Bull, ahora Mercedes, todos casi sin adversarios poderosos. En 15 años sólo hubo respiros en 2007, con definición dramática a favor de Raikkonen en la última carrera; 2008, cuando Hamilton ganó el título en la última curva del año; y 2009, cuando apareció Ross Brawn con su equipo y el título fue para Jenson Button.

Y no hablé de otra pérdida fundamental: el maravilloso sonido de los motores V12, V10 y V8, que no tienen ni punto de comparación con estos sofisticados V6 turbo, que parecen un lavavajillas descompuesto. Dicho así parece una falta de respeto, ¿verdad? Sí, la misma falta de respeto con la que la categoría trató a sus fanáticos más apasionados.

Pero todo tiene un final y, antes de que desaparezca el público de las ya ralas tribunas, los dirigentes han comenzado a escuchar los reclamos y, junto con el Grupo Estratégico, han tomado medidas. Con efecto inmediato se otorgó a los nuevos proveedores de motores una unidad extra sin penalizar y se aplicó para Honda con retroactividad, aunque ya habían penalizado a sus pilotos con 25 puestos, algo insólito en una parrilla de sólo 20 autos. A partir de Hungría se acabaron las penalidades extras, es decir, cuando un piloto no cumplía el total de los puestos a los que se le relegaba, debía penar con una sanción en carrera. No era suficiente la humillación de mandarlo al fondo de la fila en la arrancada. También se han eliminado las ayudas a los pilotos, tanto en las partidas como por comunicaciones de radio.

Ahora se las tendrán que arreglar para llegar al final con el suficiente combustible, con las gomas en el estado que se encuentren y con los frenos con mayor o menor temperatura. ¡A manejar muchachos! Cobran los sueldos más altos de la historia de la F1, a ganárselos. Para 2016 habrá muchas modificaciones más y para 2017 los cambios serán radicales. Así como estaba ya no se aguantaba más.

Pienso en los grandes campeones y valientes pilotos de todas las épocas, en los Fangio, Moss, Clark, los hermanos Rodríguez, los Hill, Stewart, Brabham, Lauda, Hunt, Fittipaldi, Villeneuve, Senna, Prost, Piquet, Mansell, Peterson, Reutemann, Froilán, Ascari. Ninguno pedía clemencia, todos aceleraban y se arriesgaban, nadie lloraba. Que las nuevas medidas sean un homenaje a esos gigantes que hicieron crecer la F1 hasta dimensiones que nadie había imaginado. Lo merecen.