POR FERNANDO TORNELLO • @ F1Tornello

No estaré entre los que se alegren cuando el ciclo de Bernie Ecclestone al frente de la F1 termine. A pesar de las críticas que he vertido en los últimos tiempos dirigidas a la pérdida de identidad que sufrió la categoría, no dejo de reconocer que su crecimiento ilimitado se debe al manejo de este inglés diminuto.

Bernie entró a la F1 a comienzos de los años 70. Era la época en la que los alerones posteriores se ubicaron detrás del eje trasero, las gomas engordaron y las tomas de aire crecieron. Adquirió en 100,000 libras el equipo Brabham. Claro, en la negociación le bajó 40,000 libras de las pactadas originalmente. El sello Bernie. El hombre negoció carreras con reyes, jeques, presidentes, empresarios y hasta con simples periodistas, como ocurrió con Felipe McGough y quien escribe estas líneas, para organizar los GP de Argentina en los años 90.

También se enfrentó con los jerarcas de FIA y FISA. Sus argucias para conseguir los objetivos trazados durante la gestión de Jean Marie Balestre serán recordadas por siempre. Estaba en sus años de más fuerza. Luego congenió con su ex socio Max Mosley, aunque varias veces se colocó en la vereda opuesta. Ahora, la disputa es contra Jean Todt. El problema es que, cerca de cumplir 85 años, la montaña a vencer se hace más dura.

Estoy convencido de que Ecclestone es la persona que más claro tiene el problema que aqueja actualmente a la categoría. Bernie sabe que cada vez hay más espacio libre en las tribunas y que bajan cada año los índices de audiencia en televisión. Pero él no decide todos los pasos que da la F1; la FIA mantiene su poder de fiscalización y, por ende, es la que dicta el reglamento. El mismo que le quitó el sonido que apasionaba a los fans, que sumó seis partes diferentes a las complejas unidades de potencia, que antes llamábamos simplemente motores, que logró salir del dominio absoluto de Red Bull para caer en el dominio absoluto de Mercedes, que le quitó la posibilidad a los pilotos de manejar con el pie hundido a fondo en el acelerador. Son demasiadas carencias, amparadas en el progreso y la tecnología. Lo que falta se llama espectáculo y es la base de toda esta historia.

Muchos se preguntan por qué Bernie no reacciona pero, ya lo dije, no todo pasa por él. Cada comunicación en que se pide a los pilotos que desaceleren para cuidar la gasolina se debe clavar como un puñal en su corazón. Cada abandono de algún piloto estrella de la F1 le debe doler casi tanto como perder dinero. Al fin de cuentas, una cosa lleva a la otra.

La gran cuestión es si logrará encauzar el rumbo de la categoría. Un poco debilitado por la edad y las mil batallas, otro poco por el jaqueo permanente a que es sometido por la Unión Europea y los juzgados de Alemania e Inglaterra, por sus negocios que prefiere mantener en la confidencialidad, Bernie sabe también que el final de su mandato se acerca inexorablemente.

Nada garantiza que cuando ya no conduzca los destinos comerciales de F1 la categoría renacerá. En lo personal creo lo contrario, la disputa de poder saldrá a flote y parte de la culpa será suya, nunca formó a alguien para hacerse cargo de la categoría. Sólo espero que se ilumine y, en el poco tiempo que queda, elija a quien crea que puede volver a acercar la F1 al público. Estrellas sobran pero el dinero escasea. La parrilla de salida no crece, pero los gastos en mercadotecnia y sueldo de las figuras no dejan de aumentar. Hay que detener la caída, todavía es Ecclestone quien lo puede lograr.