En tiempos de autos verdes, normas ambientales estrictas y costos de combustible elevadísimos, que sigan existiendo autos como el Mustang es de llamar la atención, sobre todo para aquellos que somos fanáticos incurables del olor a hule quemado y gasolina. Y esta es una versión radical del Mustang: el Shelby GT350.

Si pudiéramos hacer una analogía con la comida, un Toyota Prius es una ensalada de espinacas con nueces, mientras que el Shelby es un rib eye de 800 gramos con hueso, término medio. Así es el “pony” de Ford, interminable, medio crudo, escandaloso, indiscreto. Es un coupé al que los ingenieros de la marca del óvalo azul dotaron de un V8 de 5.2 litros capaz de girar sin pena cerca de las 8,500 rpm, en donde emite un bramido que nada tiene que envidiarle a deportivos europeos que lo quintuplican en precio. Este “detalle” no es menor, pues ahora la moda entre las armadoras es ofrecer plantas de poder más pequeñas, pero sobrealimentadas.

Evidentemente no se trata de un auto para el día a día. No ha sido diseñado para ir a hacer las compras al súper ni para llevar niños a la escuela. Y no es que no pueda con tales encomiendas, es simplemente que su objetivo es rodar rápido, en una pista preferentemente, y que sus pasajeros celebren con la música proveniente de los escapes y no la del equipo de sonido.

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No es un auto cómodo, y de hecho está equipado con lo mínimo. Aquí nos olvidamos de tapicerías lujosas, pantallas táctiles de gran tamaño, sistemas de “infotenimiento”, climatizadores automáticos y controles eléctricos para todo. Es casi un coche de carreras pero adaptado para circular en la calle, con todo y sus rines de fibra de carbono, y sistema de frenos Brembo con discos de 38 cm de diámetro. El componente más importante de la suspensión son los amortiguadores magnetorreológicos, capaces de variar la firmeza del tren de rodaje en apenas una fracción de segundo. Se puede elegir entre tres modos distintos, desde uno “normal” (bastante firme) hasta uno para la pista, en el cual prácticamente se elimina la inclinación de la carrocería en una curva. A esto se suma un juego de llantas que Ford ha desarrollado en conjunto con Michelin, ofreciendo agarre rara vez visto en un auto que no sea de competición.

Es un deportivo bien logrado que poco tiene que ver con los autos estadounidenses “de siempre”. Y no es que esté mal comer una ensalada; sino que simplemente a veces también se antoja un buen corte de carne.

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VÍCTOR ORTIZ