La cosa realmente sorprendente sobre la presentación del jefe de Alfa Romeo, Harald Wester, en Michigan en mayo pasado fue la exposición sin pena de los errores pasados de la compañía. Una diapositiva mostrada en la pantalla gigante se burló de la idea de convertir el Fiat Croma en el Alfa 164 y otra describió al Alfa Arna basado en el Nissan Cherry como el “pecado original”.

Sin embargo, la presentación abrió una nota mucho más positiva, citando la famosa frase de Enzo Ferrari sobre la compañía: “Sigo teniendo por Alfa la ternura del primer amor, el afecto puro de un hijo por su madre”. También hubo un extenso recorrido por el éxito deportivo de Alfa. La presentación pasó entonces a los datos duros bajo el encabezado “Mucha gloria en las carreras que nunca se tradujo en gran éxito financiero”. Según un breve resumen, Alfa nunca produjo más de 180,000 autos al año.

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Luego reveló lo que piensa que marcará la gran diferencia en los modelos nuevos: su operación Skunkworks. Según la presentación, armar el equipo de desarrollo de Alfa en unidades industriales lejos de las instalaciones italianas de Fiat (se cree que están cerca de Módena) logrará numerosas cosas, ayudando notablemente a Alfa “a resistir la presión conformista que un fabricante masivo puede padecer”. Alfa aseguró a la audiencia que estaba creando exitosamente una atmósfera de libertad de ingeniería que resultará en una nueva generación de Alfas auténticos. Luego de hacer dos predicciones grandes para el crecimiento de Alfa durante esta década y tener que reducirlas ambas veces, el jefe de FCA, Sergio Marchionne, espera un crecimiento relativamente modesto, de las 74,000 ventas de 2013 a 400,000 en 2018.

En contraparte, Alfa perderá todas su afiliaciones con Fiat y se mantendrá o caerá por sus propios méritos. Sería grandioso si funciona. Un mundo premium futuro dominado por el trío alemán no se ve muy apetecible.

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